domingo, 12 de abril de 2015

A mis veintionce

       El jueves cumplí 31 años. Casi hago una tarta para celebrarlo, pero después de la red velvet color rosa-veneno que perpetré el año pasado, y a la que rebauticé velvet underground, fui a lo seguro y preparé muffins de Oreo, que no serán sorprendentes (porque cuando yo descubro que una receta me sale bien, preparaos para degustarla hasta la náusea), pero están ricos.

Molina, bar kitsch donde los haya
       El año pasado, los 30 me sentaron fatal. Tanto que, aunque llevaba preparando mentalmente una entrada de blog espectacular, en la que quería hacer un paralelismo to' simbólico entre los 20 y los 30, cuando llegó el día C (de crisis existencial) no me apetecía escribir, sino ponerme a ver películas de gente más desgraciada que yo mientras me comía mi terrorífica tarta preparada por Tim Burton. Y es que cuando cumples 30,
los 20 están cruelmente vívidos y cercanos en la memoria. El año pasado recordaba con todo lujo de detalles que el día en que cumplí 20 años estaba sirviendo calimochos tras la barra del Molina, el bar donde trabajé una temporada antes de empezar a estudiar en Salamanca, para ahorrar lo que me gasté en otros bares, al otro lado de la barra, durante el primer mes de carrera. Paradojas. E igualmente, el jueves pasado recordé que el día en que cumplí 21 años tenía un examen parcial de Novela española (que bordé, hablando de todo un poco), comí con unos amigos en un restaurante chino cerca la Plaza Mayor, y por la noche invité a una ronda general de infumables chupitos servidos en tubos de ensayo en la Taberna (así visto, ¡cómo va decayendo el día!...desde luego, Salamanca es una ciudad de contrastes).

Obviad el hule, por favor
       El caso es que, contrariamente a lo que yo pensaba, los 31 me han sentado bien. Se ve que el momento crucial es ése en el que incorporas el mágico dígito 3 al frente de las otras cifras de tu edad. Además, esta semana ha hecho unos días buenísimos en Oslo, la temible oficina de impuestos me devuelve perras y acabo de volver de un viaje a Praga, mientras planeo otro a la tierruca, así que todo ha sido bastante llevadero.

       En el trabajo, el día también fue agradecido; una niña cumplía años, y sus padres hicieron unos pasteles que compartimos todos en equitativa proporción: niños 1, asistentes 27. Y mi compañera, que aunque se ríe de mí cuando la imito en polaco con mi perfecta dicción, es un sol, me regaló esta maravilla de taza que se molestó en encargar, con un diseño que describe mi alter ego en internet: Niebeland. Así que no, no tengo nada de qué quejarme con respecto a mi trigésimo primer cumpleaños.




       Pero lo que no quiero que caiga en saco roto, de ninguna de las maneras, es mi experiencia con los regalos el año pasado. Yo tengo una madre, señores, que no me la merezco, y que me envió un paquete de ocho kilos hasta Oslo, intentando por todos los medios que llegara aquí el día de mi trigésimo cumpleaños. Evidentemente, no fue así, sino que lo recibí un par de días más tarde, pero me dio la vida de todas formas. Este paquete, que para mí fue como maná caído del cielo, contenía no una, ni dos, ni tres, sino CUATRO capas de felicidad. Una olla exprés rellena de chocolate, productos Deliplús y embutido. Como comprenderéis, bailé la danza de la felicidad durante todo el día y parte de la noche.


       

       El paquete de este año está en camino; no dejaré de comentarlo cuando llegue.

      Y ya está. Con esta entrada sólo quería mandar un mensaje a mi yo de la crisis de los 40: ¿Ves como no tenías motivos para agobiarte, tonta? ¡Agóbiate ahora!


2 comentarios:

  1. jeje que no te había leído,que linda tu madre, y tu compañera también,que afortunada chica, en fin que me sigue gustando leerte :) y esta noche tal vez también te escuche. Nos vemos prontico.

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    1. Gracias por comentar y por seguir el blog, Pilar :) Lo de los cuentos he tenido que pausarlo un poco :( A mi editor, también llamado Luis, jejeje, se le ha estropeado el ordenador y yo no puedo editar vídeos desde el mío. Seguiré a partir de agosto, si puedo. ¡Nos vemos!

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