Estaba yo en la guardería hace un par de semanas cuando empezó a dolerme la garganta. Mentalmente, me remonté días atrás para buscar una posible causa -atarle los zapatos a un nene y que me estornude en la cara..., quedarme dormida con la ventana abierta..., bañarme en Sognsvann por la tarde/noche porque ya no hay tanta gente...- y no encontré ninguna, pero el dolor aumentaba conforme pasaba el día. Durante la pausa me moría de frío, después tenía un calor horrible y, para cuando llegué a casa me sentía muy débil y con la tensión más baja que Russian Red.
Me llamó una amiga para tomar algo y pensé: "¿Qué daño pueden hacerme unas cervezas? Al fin y al cabo el alcohol cura". Pues bien, al día siguiente no sólo mi inflamación había crecido exponencialmente, sino que además tenía resaca.
Moraleja: en agosto apetece más una cerveza que una sopita, pero si os duele la garganta tendréis que vencer a Satanás y optar por la segunda, u os arriesgáis a que os pase lo que a mí.
Moraleja: en agosto apetece más una cerveza que una sopita, pero si os duele la garganta tendréis que vencer a Satanás y optar por la segunda, u os arriesgáis a que os pase lo que a mí.
Empecé a barajar la posibilidad de ir a urgencias, pero me resistí. ¡Aún podía solucionarlo por mi cuenta! Pedí consejo a una persona de mi entorno que le da mil vueltas a Panorámix el Druida y, en un minuto, me envió como siete consejos caseros y prácticos para acabar con la inflamación de garganta; que si gárgaras con salvia, que si té de hierbas misteriosas con limón, que si una vitamina que venden en no sé dónde, que si vapores con agua y sales de tal y cual...Y yo, que me agobié con la información, los puse todos en práctica al mismo tiempo, para que surtieran mejor efecto. Al principio pensé que igual me volvía locatis con tanto mejunje, pero no me pasó nada. Esperé a que los enanitos verdes dejaran de bailar y luego ya me acosté.
Al día siguiente, domingo, tras una noche toledana llena de pesadillas febriles y con un dolor insoportable en la garganta, ya no pude retrasarlo más y tuve que ir a urgencias. Como flotando, llegué a Storgata, que parecía un campo de batalla después del sábado noche. Los rumanos se acercaban a decirme cosas, pero cuando me miraban de cerca se apartaban, así que debía de llevar un careto bastante horrible.
Al final llegué a Urgencias (legevakten), compitiendo con sillas de ruedas y muletas por entrar la primera. En una ventanilla, una mujer me preguntó: "¿Lesión o enfermedad?" Mal empezamos. Me sentí igual que en las pastelerías cuando te preguntan: "¿Para tomar o para llevar?" Pero como para algo soy filóloga, eludí completamente la pregunta y dije lo que se me puso en las narices, esperando que mi explicación respondiera a su cuestión. Así fue, y pasé a la ventanilla contigua, donde le tuve que dar mis datos personales a un tipo y contarle someramente lo que me pasaba. Me dio un ticket con un número al más puro estilo la charcutería de la Encarni y me senté a esperar a que me atendiera la enfermera. Afortunadamente apenas tardó cinco minutos.
Llegado este punto, os tengo que contar un poco cómo funciona el tema de urgencias en Noruega, antes de seguir con la historieta; una vez que cuentas lo que te pasa y te echan un primer vistazo en enfermería, te asignan un color del azul al rojo en función de tu gravedad, siendo el azul un pedo mal tirado y el rojo, la peste negra del siglo XIV. Tu tiempo de espera en la sala de ídem variará según el color que te toque, ya que dan prioridad a los que estén más graves. Lógica pura, vaya.
Total, que le tuve que explicar a la enfermera, ya con más detalle, lo que me pasaba. Ella me tomó la temperatura y, a pesar de mis intentos por poner cara de código rojo total, me asignó un mísero e injusto verde para enviarme, a continuación, a mi correspondiente sala de espera. Porque cada color tiene su propia sala, donde esperar con personas que sufren a tu nivel. Los niños van en una sala aparte de todos estos colores; ellos tienen su propio mundo mágico de gritos, lloros y pataletas, cosa que el resto de pacientes agradecemos bastante.
La sala de espera era grande, luminosa, con su máquina de café reglamentaria y, lo mejor de todo, en ella sólo había dos personas. Ambas fueron atendidas muy rápidamente, y mi nivel de optimismo creció. Pero con lo que yo no había contado es con que, dentro de las propias zonas, también hay prioridades. Y justo cuando parecía que iba a entrar...llegaba a la sala de espera un abuelo taca-taca en mano, luego un par de pregnants, luego una chica aleatoria a la que también llamaron primero y al pasar por delante de mí me miró en plan: "me he currado una historia mejor que la tuya, se siente".
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| Munición agotada |
Volví por donde había venido, Storgata, que en sólo dos horas había digi-evolucionado en la calle que conocemos a la luz del día, para todos los públicos, y poco después estaba en casa, donde tuve que librar una dura batalla contra los malditos estreptococos antes de volver a mi vida cotidiana.
Y bueno, para acabar quiero decir que toda esta entrada ha sido una mera excusa para contar lo orgullosa que me siento de no haber tenido que recurrir al inglés ni una sola vez durante mi visita al hospital. Mi noruego avanza, bitches. No, en realidad pienso que ojalá la información le sirva a quien tenga dudas respecto a este aspecto del sistema sanitario noruego. ¡Hasta la próxima!

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