En principio no tenía motivos para ir a Lituania (incluso, si me apuráis, tenía alguno para no ir), pero ver de cerca esta estatua es algo que me gustaría hacer. Aunque, primero, Varsovia en abril; a mí, lo soviético en monodosis, que si no me pongo nerviosa.
No obstante, no es de la estatua de lo que quiero hablar, sino de algo que recordé cuando la vi. Un cuento. Yo tendría unos 8 o 9 años cuando, una noche, mi padre llegó de la librería diciendo que había recogido dos libros en el almacén porque ya no se iban a vender, así que los llevó a nuestra casa, que por aquel entonces era una especie de refugio para libros huérfanos y/o perdidos. Ambos me marcaron profundamente por diferentes motivos, pero hoy sólo voy a hablar de uno de ellos: El hombre que encendía las estrellas (L'homme qui allumait les étoiles), de (un tal) Claude Clément.
Mi padre hablaba de las ilustraciones, qué bonitas, mira esto, me recuerdan a no sé qué dibujante...pero a mí lo que me gustaba era la historia, que es sencilla: un hombre viaja errante con una escalera larguísima a cuestas y va a parar a una solitaria aldea donde alguien siente curiosidad por él y su misterioso trabajo que, después de leer el título, ya no es tan misterioso. Pero cuando un título destripa tanto es que no está en el argumento lo más importante.

Este cuento me atrapaba y lo sigue haciendo, porque es melancólico y un poco oscuro pero tranquilizador, y definitivamente precioso. Yo también quería saber de dónde venía aquel hombre y por qué paraba allí, habría querido seguirlo y acompañarlo, pero sabía que nunca me habría atrevido. Veía las imágenes del tiempo otoñal, los paisajes verdes bajo la lluvia y sentía el frío; las caras borrosas de los personajes me inspiraban ganas de volver a mi casa y sentirme protegida, menos sola Y su ambientación atemporal me desconcertaba tanto como me atraía y me hacía soñar. Al terminar, mi sensación era de "¿dónde está el resto de la historia?", pero ese final abierto era lo que más me enganchaba, porque me permitía imaginarme tantas continuaciones como fuera capaz de inventar, así que volvía sobre esta historia una y otra vez. Creo que mi primera toma de contacto con algo parecido a un poema fue precisamente este cuento, lo que puede explicar que, si bien no he tenido nunca el talento de escribir poesía, sí disfrute leyéndola de vez en cuando.
No mucho después yo escribí uno de mis primeros relatos, que se llamó La casa de la luna (creo que Gema tiene el manuscrito, ¿me equivoco?) y, leído ahora, puede que parezca una gran metáfora sobre la madurez, la pubertad y el autodesarrollo pero, lo cierto es que, en su momento, sólo escribí sobre eso: el cielo, las estrellas...e intentaba llenar ese vacío cognitivo con mis propias ideas, que me parecían mucho más interesantes que lo que pudiera aprender del tema. Este mágico efecto se rompe cuando tienes un novio científico que disfruta explicándote todas las características planetarias con palabras como "antimateria", "difracción" o "moléculas interestelares"..., que le restan bastante glamour al tema. Pero aun así lo que viene de ahí arriba siempre me ha llamado un poco la atención...
...menos El principito. El principito me aburre soberanamente. Ya lo he dicho.


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