lunes, 31 de octubre de 2016

Por la puerta grande

Se arrojó por los ventanales abiertos de par en par, pero no consiguió matarse. En cuestión de horas, pasó del bando sublevado a un manicomio remoto. Lo último que recordaba era su propia cara en el espejo, congelada primero en una mueca de terror seco, y desfigurándose instantes después en un grito demencial al tiempo que abría desmesuradamente los mismos ojos que tanto horror y crueldad habían devorado en descampados, en patios. Vivía en la misma ciudad de siempre, en el mismo barrio, pero ya sin sillas junto a las puertas, sin flores en los balcones, sin música. ¿Cuándo se llevaron a Pedro? ¿Qué fue de Teresa? Se preguntaba por qué recordaba ahora a toda aquella gente por primera vez si ya habían pasado meses. ¿Y Vicente? El bueno de Vicente...¿quién se lo llevó? La última vez que lo vio, un hombre le empujaba hacia el ruedo a culatazo limpio. Eso fue solo un par de días después de que él mismo le hubiera traicionado y hubiera ordenado que se lo llevaran detenido. Contempló la escena sin inmutarse y acudió al espectáculo invitación en mano, como estaba previsto.

Abajo, en la calle, sus bramidos de dolor y locura llenaban el aire seco. En su habitación, sobre la cama, dos fotos y una camisa limpia, a estrenar. Por la radio retransmitían una corrida de toros.

No hay comentarios:

Publicar un comentario