domingo, 3 de febrero de 2013

Homeless? Not yet!

       Admito que se me fue la mano con las vacaciones de Navidad, pero después de haber sufrido un viajecito hasta España que dejó a la Odisea de Ulises a la altura de una excursión de boy scouts, no podía conformarme con menos (para ser fiel a la verdad, no todo fue malo: se salvó el hotel donde me hospedé en Madrid: el Francisco I -podéis leer aquí la crítica que escribí después, soy la única Ana de Oslo- ). Pero mi intención no es contaros las penurias de mi viaje (que también), sino las de mi regreso a Oslo. Y es que yo soy una mujer con muchas penurias que contar.

Winter's coming
       Todo (salvo la canción del elefante en la tela de araña) tiene un fin, y mi bien exprimido mes entre Santander y Salamanca también terminó. ¿Y qué pasó entonces? Pues que, siguiendo el conocido principio de que cuanto mayor es el período de ocio más difícil es la vuelta a la realidad (plus de dificultad cuando no tienes muy clara la realidad a la que vas a volver), fue todo un drama. Primero, la despedida con Luis, y de aquí extraigo mi primera lección del día: amigos, si vais a partir a tierras bárbaras, hacedlo sin pareja, os ahorraréis muchos disgustos...como el 50%, aproximadamente. Pero bueno, ya estamos acostumbrados a las despedidas a largo plazo y, en teoría, el tiempo de espera ya se ha acortado bastante, con lo que el agobio desaparece primero. Por otro lado, la incertidumbre respecto a todo lo nuevo que me espera (aka Santísima Trinidad): vivienda, estudios, trabajo. Me ayudó mucho que Ana me pasara a buscar por la estación, no es lo mismo llegar con el ánimo por los suelos y buscar a tientas tu nuevo y desconocido hogar a que te pasen a recoger, te enseñen dónde está todo y hasta te lleven un ratito la maleta (qué morro). Y es que es así: yo tengo un novio en España y una marida en Noruega. Fin de la discusión.

Mi nueva parada de metro
       Invertí el día posterior a mi llegada en acojonarme mucho con todo lo que se me venía encima. En un arranque de actividad, fui hasta mi antigua casa en Ammerud (que ahora me queda bastante lejos) a recoger mi tarjeta de impuestos, lo que me provocó una nostalgia que no necesitaba en aquel momento; las niñas se abalanzaron sobre mí cuando me vieron, la gata bajó corriendo a saludarme (todo lo rápido que puede bajar a saludar un gato, siempre conservando el orgullo y la dignidad) y encontré la casa mucho más acogedora que mi nueva habitación.

       El lunes tuve una mañana burocrática (el papeleo en Noruega...recordadme que escriba una entrada sobre este tema), de la que no saqué mucho en claro, pero por la tarde pude despejar alguna incógnita; primero, asistí a mi primera clase, donde comprobé que: 1) entiendo poco tirando a casi nada, y 2) el profesor explica bien, así que si combinamos las dos afirmaciones, añadimos alguna hora de estudio e invocamos a un puñado de dioses escandinavos creo que puedo aprender bastante en estos próximos meses, lo cual me agradaría, que no soy yo mucho de tirar billetes a la basura.

       Por otro lado, cuando volví a casa por la noche, encontré a una chica sola en la cocina y directamente la asalté con intención de hacer vida social: es coreana, se llama $&%)#@ (nombre impronunciable, pudo tener algo que ver el hecho de que me lo dijo con la boca llena de fideos coreanos) y me pareció agradable. En días posteriores también conocí a una chica de Georgia y a otra, francesa, con la que comparto baño, ambas simpáticas. Se rumorea que también existen un polaco y un noruego entre nosotras, pero nadie los ha visto. Por lo demás, mi casa es un misterioso laberinto de puertas donde, al final, si tienes suerte, acabas en tu habitación y, si no, perdido en alguno de los limbos que vas encontrando a tu paso. En el pasillo común, que lleva a nuestra cocina compartida (donde todo parece limpio pero en realidad tiene un ligero toque de grasa), hay unas notitas colgadas en la pared, en las que un montón de gente expresa lo bien que se lo pasó durante el año que vivió aquí. Habrá que ver si ese  espíritu de comunidad también se da en esta casa cuando nos conozcamos todos...los que lo sí mantienen son los del piso de arriba, a los que oigo guitarrear todos los días ("¿Quién no tiene valor para marcharseeee?"...sí, es cierto eso de que en Kringjså hay españoles).
  
La cocina y centro social
Aquí dejamos mi compañera
y yo nuestros enseres













       Mi primer día de trabajo en la guardería fue el martes, como sustituta, y fue un tanto peculiar: como no me habían impartido todavía ninguna formación, tuve que aprender a hacerlo todo mientras trabajaba, sobre la marcha. Resultado: meteduras de pata varias...pero el dinerito del día me lo gané a pulso. Días después he ido aprendiendo mucho más, mientras rotaba de guardería en guardería viendo cómo trabajan distintas personas en distintos espacios, lo que me ha causado unos considerables quebraderos de cabeza y momentos de confusión, pero está resultando ser una experiencia muy útil y positiva.

¿Crepes? ¡Me apunto!
       Y ya para terminar una anécdota muy emocionante que no quería dejar de contaros: en una de las ocasiones en que fui a la cocina a glotonear encontré esta nota, escrita por la francesa del cuarto de al lado. La respuesta de debajo es mía. En el espacio en blanco ya han escrito las otras dos chicas, también muy a favor. Es decir, que las asistentes a la cena internacional vamos a ser las cuatro únicas personas que se saludan en casa, sólo que hemos quedado vía papel, pudiendo haberlo propuesto cara a cara. Igualmente será emocionante. Ahora a ver qué preparo: ¿tortilla? ¿tapas varias? ¿un cocido montañés? Se admiten apuestas...
       

No hay comentarios:

Publicar un comentario