Como inventarme una excusa para justificar por qué no me he acercado por aquí en tanto tiempo es más difícil que, sencillamente, pasarlo por alto y ponerme a escribir, voy a obviar tan incómoda explicación, aunque tengo que confesar que, con lo que me cuesta ser constante, no acabo de entender la razón por la cual siempre termino volviendo a los blogs; supongo que, en el fondo, me gusta contar mis historias y siento cierta necesidad de compartir cosas que me parecen interesantes, aunque le importen a cuatro gatos. También puede influir que me sienta mucho más cómoda al expresarme por escrito que verbalmente ya que, unas veces por nervios y otras por timidez, no siempre me resulta fácil dar con las palabras exactas cuando hablo (depende de con quién, claro). Eso provoca que, en ocasiones, tenga la sensación de que no transmito todo lo que quiero decir. Al escribir me desenvuelvo mejor, siento que tengo más control y es por eso que, verdaderamente, me gustaría mantener una continuidad con las actualizaciones y poder decir al fin que tengo un blog y lo utilizo, más que nada porque me parece la manera perfecta de desahogarme, expresarme con libertad o contar tonterías cuando me apetezca, pero para eso hay muchos aspectos de mí que deberían conciliarse. Entretanto, cualquier entrada nueva es un suceso inesperado.
El caso es que anoche se me despertaron unas insólitas ganas de escribir. Al acostarme, mi cabeza bullía recordando todo lo que 2011 supuso para mí, vamos, haciendo ese famoso balance que se suele hacer a finales del año que acaba (cinco minutos antes, según Mecano...si es que todo lo dejamos para última hora). Yo lo hago una semana después porque soy así de original y porque creo que el año termina realmente cuando desaparecen los vapores del mazapán y los polvorones. La cuestión es que en cuanto se me pasaron los efectos psicotrópicos de la carne cruda (no sé si es muy bueno tomar steak tartar para cenar, pero es que está tan rico...) me quedé dormida, así que esta mañana he bajado al salón sin más tardar, me he preparado un chocolate con lo que quedaba del rosco de Reyes (yo es que reflexiono mil veces mejor con comida de por medio) y me he puesto a teclear esto.
2011 empezó siendo un año más, como otro cualquiera e incluso un poco peor porque estaba marcado por un sentimiento de incertidumbre sobre lo que iba a hacer con mi vida. En enero volví a Salamanca para seguir allí con las clases particulares de español, el único trabajo que encontré tras acabar la carrera, y terminé un curso de posgrado para profesores de español del que me había matriculado en 2010, algo con lo que disfruté y aprendí bastante. Fue en este momento cuando, título en mano, empecé a considerar seriamente la idea de buscar trabajo fuera de España, ya que el panorama aquí era un pelín desolador.
Comencé tímidamente, buscando trabajo en países de habla inglesa y bien comunicados con España, pero un buen día de febrero me sinceré conmigo misma y me lancé a buscar donde realmente quería: en Noruega. No es el país más cercano a España, ni en el que establecerse más fácilmente, pero siempre me ha llamado la atención y me di cuenta de que había muchas posibilidades de encontrar algo allí, al menos de forma provisional. Efectivamente, en poco tiempo di con un trabajito y un buen alojamiento así que, animada por mi pareja, de quien siempre he tenido apoyo en este tema, tomé la importante decisión de irme allí en abril para quedarme ocho meses y, pasado ese tiempo, considero que ha sido de las mejores decisiones que he tomado nunca; prueba de ello es que volveré a finales de mes. Noruega ha sido una experiencia surcada de pequeños momentos muy importantes (que iré desgajando aquí con tiempo). En contrapunto, he tenido que renunciar a cosas que me gustan; la primera de ellas la compañía de Luis, mi novio, con el que estoy acostumbrada a pasar mucho tiempo. Eso ha sido lo más difícil de estar fuera, pero con ayuda de Skype que, aunque no sustituye, ayuda, ha sido más llevadera la cosa. Pero allí he hecho cosas que no había hecho antes y he descubierto aspectos de mí que desconocía. En definitiva, en Noruega he aprendido a conocerme un poco mejor y todo lo vivido allí hace que el balance general del año pasado sea más que positivo.
Sin duda recomendaría a todo el mundo una estancia fuera del propio país, al margen de la Erasmus y demás becas académicas, que no digo yo que estén mal, sino que a veces parece que es el único medio de salir, cuando hay más posibilidades, como hacer un voluntariado (donde aunque no te pagan te mantienen) o buscar un trabajo temporal, algo que conlleve un intercambio cultural y no solo de fluidos corporales (para tranquilidad general, ambas cosas son perfectamente compatibles). ¿Por qué? pues porque salir te pone a prueba, te espabila y te enseña muchísimo, por no mencionar todos los lugares nuevos que conocerás y que, al menos para mí, que me encanta viajar, supone un plus gigantesco.
No sé cómo irán las cosas a partir de mayo, si me quedaré en Noruega, volveré a España, emigraré a otro país o saldré al espacio exterior, pero por lo pronto en pocas semanas retomaré mi aventura escandinava y esta vez espero poder contarlo todo, así que por aquí nos vemos...si queréis seguirme.
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